Tomar decisiones forma parte de las funciones gerenciales, podríamos hasta decir que es la esencia de la administración. Los gerentes son conocidos como tomadores de decisiones: planean, organizan, dirigen y controlan. Sin embargo, la toma de decisiones no siempre implica que éstas sean obvias ni mucho menos, sencillas.
La toma de decisiones de los gerentes es racional: harán elecciones lógicas y consistentes para maximizar su valor. Idealmente, el tomador de decisiones sería totalmente objetivo y lógico; el problema sería evidente e inequívoco, y el tomador tendría un objetivo claro y específico y conocería todas las alternativas y consecuencias, seleccionando la alternativa que maximiza la probabilidad de lograr ese objetivo.
Desafortunadamente, esto no puede aplicarse al mundo real, ya que las decisiones deben aplicarse con una cierta prudencia. Al fin y al cabo, son el resultado de una deliberación inteligente. Esto se explica con el concepto de racionalidad limitada, que postula que los gerentes toman decisiones racionalmente, pero están limitados por su capacidad de procesar información: aceptan soluciones que son buenas dentro de los límites que se le presentan.
La mayoría de las decisiones no coinciden con las suposiciones de la racionalidad perfecta, y también se ven influenciadas por las políticas internas de la organización y la intensificación del compromiso, fenómeno que surge cuando se toma una decisión que ya fue implementada previamente y no tuvo los resultados esperados.
Y donde queda la intuición?
La toma de decisiones intuitivas se basa en la experiencia y opiniones acumuladas, y puede complementar tanto la toma racional como la racional limitada.
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